domingo, 20 de noviembre de 2011

Hamlet, William Shakespeare




He pasado de no haber leído casi nada del célebre autor inglés, a,  en menos de un mes, leer tres de sus más famosas obras:” Romeo y Julieta,” Julio César” y “Hamlet”.

En Hamlet,  W.S. nos presenta  la angustiosa y difícil situación en que se halla el príncipe heredero del reino danés  tras la inesperada muerte de su padre,el rey,  en circunstancias extrañas. La inmediata boda de la madre con el  hermano y sucesor del monarca fallecido suscitará  recelos y sombríos presentimientos en el joven príncipe, los cuales le serán confirmados por las revelaciones del espectro de su padre, que vaga sin descanso debido a que no tuvo ocasión de prepararse y conciliarse con Dios  para su entrada en el más allá. El espíritu informará a Hamlet quién y cómo le mataron y le pide venganza.

La figura de Hamlet, ofrecida por Shakespeare en la obra, me resultó bastante chocante y hasta alejada de la realidad vulgar y corriente, o sea, la de cualquier mortal en parecidas circunstancias.  Especialmente su cambio de actitud hacia Ofelia y hacia el padre de ésta.   Me parecieron, repito,  irreales, sólo factibles en una ficción. Como tampoco encontré normales sus dudas y dilemas sólo para ver cómo decir al rey y a la reina que sabe toda la verdad acerca de la muerte de su padre. Se lamenta y se hace el loco, sin mostrar una  clara oposición . En resumen, no disfruté mucho con esta lectura. El personaje no me “enganchó”.

Quiero  resaltar que para Hamlet uno de los mayores agravantes  del asesinato de su padre era lo inesperado del suceso, pues  cogió al infeliz mortal  “bien comido y bebido” y, por tanto, en la situación más lejana a la conciliación con Dios, y consiguientemente, a la salvación de su alma. 29 de diciembre de 1996


20 de noviembre de 2011 La preocupación por la salvación mostrada aquí por Shakespeare, también la leí en una obra de Bécquer,  titulada “El Miserere”; y, también, en “Las tierras flacas” del mejicano Agustín Yáñez. En todas ellas, las almas de los que fueron sorprendidos por una muerte inesperada que les impidió el arrepentimiento y  conciliarse con Dios vagan, eternamente, en pena. A este respecto copio y pego párrafos de “El Miserere” de Bécquer :
“-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus!(*) Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta.”
-Las gentes de los contornos se escandalizaron del crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos los años, tal noche como en la que se consumó, se ven brillar luces a través de las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere.

“(…)pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse a la puerta.

-¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.
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