Estuve a punto de abandonar la lectura de
este libro, “La
señora Dalloway”, porque se me hacía muy aburrido con sus minuciosas explicaciones
y detalles sin contenido, a mi modo de ver, sobre personas, calles, establecimientos, etc.
de Londres. La notoriedad de su autora, Virginia Woolf, de quien
no tenía nada leído, fue lo que me indujo a persistir un poco más en ello. Y no
me arrepiento, puesto que a partir de la entrada en escena del personaje de Peter Walsh se centra el tema
y objeto de la narración, acelerando su ritmo. Novela muy singular. Las historias,
porque son dos, involucra a dos parejas con, en común, nada sustancial, salvo
la simultaneidad de sus existencias, en un mismo día y ciudad, Londres. Como
casi todas las obras escritas por mujeres, que hasta ahora he leído, prima el
tratamiento psicológico de los personajes, su sensibilidad, los prototipos humanos
y las situaciones determinantes.
Una de las parejas protagonistas es un
enfermo mental. La descripción de sus obsesiones y su final, suicidio, quizás
fuera el medio usado
por la autora de plasmar su drama
personal; porque, según leí en el prólogo del libro, Woolf estuvo aquejada desde muy temprana edad por
problemas psiquiátricos y terminó sus días suicidándose.
Por último, quiero comentar que,
curiosamente, sentí mayor empatía con el personaje de Peter Walsh, un cincuentón
fracasado, que con la Sra. Dalloway, una distinguida y fría señorona, tiesa y
erguida en su pedestal. 3 de octubre de
1999
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