He pasado de no haber leído casi nada
del célebre autor inglés, a, en menos de un mes, leer tres de sus más famosas obras:” Romeo y
Julieta,” Julio
César” y “Hamlet”.
En Hamlet, W.S. nos
presenta la angustiosa y difícil situación en que se halla el príncipe heredero del reino danés tras la inesperada muerte
de su padre,el rey, en circunstancias extrañas. La inmediata boda de la madre con el hermano y sucesor del monarca fallecido suscitará recelos y sombríos
presentimientos en el joven príncipe, los cuales le serán confirmados por las revelaciones del
espectro de su padre, que vaga sin descanso debido a que no tuvo ocasión de
prepararse y conciliarse con Dios para
su entrada en el más allá.
El espíritu informará a Hamlet quién y cómo le mataron y le pide venganza.
La figura de Hamlet, ofrecida por
Shakespeare en la obra,
me resultó bastante chocante y hasta alejada de la realidad vulgar y
corriente, o sea, la de cualquier mortal en parecidas circunstancias. Especialmente su cambio de
actitud hacia Ofelia y hacia el padre de ésta. Me parecieron, repito, irreales, sólo factibles en una ficción. Como tampoco encontré normales sus dudas y dilemas sólo para ver cómo decir al rey y a la reina que sabe toda la verdad acerca de la muerte de su padre. Se lamenta y se hace
el loco, sin mostrar una clara oposición . En resumen, no disfruté mucho con
esta lectura. El personaje no me “enganchó”.
Quiero resaltar que para Hamlet uno de los mayores agravantes del asesinato de su padre era lo inesperado del suceso, pues cogió al infeliz
mortal “bien comido y bebido” y, por tanto, en la situación más lejana a la
conciliación con Dios, y consiguientemente, a la salvación de su alma. 29 de diciembre de 1996
20 de noviembre de 2011 La preocupación por la
salvación mostrada aquí por
Shakespeare, también la leí en una obra de Bécquer, titulada “El Miserere”; y, también, en “Las tierras flacas” del mejicano Agustín Yáñez. En todas
ellas, las almas de los que fueron sorprendidos por una muerte inesperada que
les impidió el arrepentimiento y conciliarse con Dios vagan, eternamente, en
pena. A este respecto copio y pego párrafos de “El
Miserere” de Bécquer :
“-Lloraba yo en el fondo de mi alma la
culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no
encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día
se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en
una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo
de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus!(*) Desde el instante en que hube
leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan
magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del
Rey Profeta.”
-Las gentes de los contornos se escandalizaron del
crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las
largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos
los años, tal noche como en la que se consumó, se ven brillar luces a través de
las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y
unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas
del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados
para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del
purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere.
“(…)pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con
una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al
ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el
hogar para dirigirse a la puerta.
-¿A dónde voy? A oír esa maravillosa
música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven
al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.
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