lunes, 16 de enero de 2012

Sinuhé, el egipcio. Mika Waltari




Es una vieja edición del Círculo de Lectores. Esta novela de Mika Waltari lleva en mí poder más de treinta años. En distintas ocasiones comencé su lectura, pero en todas estas ocasiones, no pasé de la primera juventud de Sinuhé. Desconozco el porqué, ya que me agradan los libros de contenido histórico. Pues, bien, como me pasó con el Doktor Fausto, una especie de fuerza interior me llevó hacia él; y esta vez, de un tirón, con verdadero interés, leí el voluminoso libro. No me explico cómo o por qué a pesar de tenerlo “de siempre” no lo había leído. Con su lectura ganas conocimiento respecto al mundo antiguo, del periodo concreto de unos 2.000 años A.C. y digo del Mundo Antiguo, porque los viajes de Sinuhé nos llevan a Mesopotamia (Babilonia, Ninive, etc.), Oriente Medio(Siria, Jerusalén, la tierra de los hititas) y Chipre, Mediterráneo Oriental cuando la civilización del minotauro comienza a declinar. Pero, como era de esperar, de lo que más aprendí fue del Egipto faraónico de la dinastía XVIII o XIX, unos veinte siglos A.C.,  concretamente cuando accede al trono un faraón, llamémosle místico, que trata de introducir o más bien “rescatar”, el concepto y adoración al Dios único, para quien todos los hombres son iguales, y quien establece, asimismo, relaciones de amor y comprensión entre los seres humanos en lugar de la violencia, el odio y la explotación de los unos por los otros. El nombre de la divinidad era Atón, y se contraponía a Amón, divinidad dominante en el Egipto politeísta de aquella época, con su casta de sacerdotes y todo el negocio montado por éstos a su alrededor.

La figura de Sinuhé es utilizada para mostrarnos con detalle, y creo que con bastante rigor, las características de aquella sociedad, en sus distintos niveles y miembros (familia real, ejército, sacerdotes, esclavos, mujeres…). Y, al mismo tiempo,  contarnos acerca de los personajes y hechos transcendentales  de ese momento histórico de Egipto, como, por ejemplo,  la creación de la ciudad de Luxor para sustituir a Tebas como sede del gobierno,  la reina Nefertiti, esposa del faraón, cuya belleza hemos podido observar a través de sus esculturas, o Tutankamón, célebre para nosotros por su momia y tumba, y último de aquella dinastía, esposo de una de las hijas del “místico” faraón que sólo tuvo descendencia femenina.

Contrasté con libros de historia la veracidad de los personajes reales de esta novela, así como la crisis planteada por la revolución teológica de Akenatón.

No quiero concluir este comentario sin aludir al personaje de Kaptah, el esclavo de Sinuhé, con sus maquinaciones y trapicheos me recordó al Lazarillo de Tormes, es decir, la picaresca española o, quizás, más bien el sentido práctico de Sancho frente a la iluminación de su caballero y acompañante, Don Quijote de la Mancha. Disfrute con su lectura. 18 de julio de 1998.

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