Segunda lectura. La primera fue hacia 1989. Recordaba el desenlace final y también la trama. Escabrosa y desalentadora.
Según se puede leer en las tapas del libro, Miguel Angel Asturias se basó en un dictador guatemalteco que regía el país a principios del siglo XX, que debió ser especialmente despótico y sanguinario. El cual se distinguió por la utilización de los medios más represivos, como la delación, coacción, esbirros crueles sin noción alguna de ética, pervertidos y ambiciosos que disfrutan cumpliendo los encargos del sátrapa, a la vez que se aprovechan de su privilegiada posición o de su ascendente sobre el dictador.
El final del protagonista de la novela, principal sicario del dictador, es justo. Lo describen como un hombre bello y malo como Satán. El destino le lleva a enamorarse de la hija de una de las víctimas inocente del dictador. ¡Son tantos los afectados o más bien involucrados, sobre los cuales se ceban la desgracia y la tan feroz como cobarde maldad de los secuaces del dictador! Especial pena da la infeliz que pierde su hijito y también la razón tras la sesión de tortura que la somete la policía por lograr un falso testimonio.
No quiero dar por comentado este libro sin dejar constancia de dos aspectos de su lectura que más me impresionaron. Uno de ellos, la existencia de párrafos, muchos a lo largo del libro, que no tienen nada que ver con el relato de la novela y que son sólo maneras bellas del lenguaje, preciosas metáforas, formaciones sonoras...Y el otro, la profunda psicología, el conocimiento que su autor, M. A. Asturias, muestra de la naturaleza humana. En estos momentos, en que todavía mi ánimo no está del todo recuperado, no era el libro más adecuado. No obstante, disfruté con él. 6 de diciembre de 1997
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