Este libro lo compré hace más de cuarenta años, es una edición del Círculo de Lectores de los años 60. Por la revista catálogo del Círculo, supe entonces de su contenido para “lectores formados”. Lo debí coger algún trimestre en el que fue libro-oferta. No obstante, no lo leí, ni tuve tan siquiera curiosidad por él. En los 90, leí el famoso “Fausto” de Goethe, y deduje del contenido “fuerte”del vetusto libraco que yo tenía en mi poder, desde hacía tanto tiempo, y aún no había leído. También consideré que los autores alemanes no gozaban de mis preferencias, porque con unos cuantos libros leídos, en los cinco últimos años, sólo tres eran de autores de aquel origen: “Werther” y “Fausto” , ambos de Goethe, y “Demian” de Hesse. Sólo recuerdo con verdadero placer a "Werther”, aunque con “Demian” reflexioné sobre la manía, acaso mejor llamarle tendencia, de estos autores a buscar como protagonistas de sus obras a individuos superiores, en cuanto a su capacidad intelectual como económica, y darles incluso orígenes aristocráticos. Entes literarios, a mi modesto entender, demasiado ficticios, demasiado, pues, lejanos. Acaso por mi convencimiento de la triste condición de la naturaleza de todo ser humano; los toscos vasos de barro, instrumentos de honor o deshonra en las manos de Dios.
Así las cosas, en el 93, hice dos nuevos intentos para leer “Doktor Faustus”. No pude. Llegué, tras muchos esfuerzos, hasta el momento en que el joven Leverkühn inicia sus estudios teológicos. No obstante, con aquellas escasas cien páginas leídas, la personalidad de su protagonista había logrado impresionarme debido a su singularidad. Por aquel tiempo yo creía era un personaje totalmente ficticio; fruto de su autor, Thomas Mann. De quien, tampoco, tenía más detalles que los pocos descritos en un diccionario enciclopédico. Es decir, Nobel de Literatura año 1929 y sus tres libros más significativos: “La Montaña Mágica”, “Muerte en Venecia” y “Dr. Faustus”.
Continúa
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